20050530

Don Casimiro finalmente tiene novela

Como algunos elegidos entre ustedes saben, don Casimiro Huerta Valverde, el viejo que odia a los jóvenes y que escribe una columna en la Zona de Contacto, tiene por fin una novela. En ella, "Don Casimiro va a un carrete", el veterano emprende un viaje terminático (no va a ser iniciático; el caballero tiene 75 años) por el circuito de fiestas electrónicas chileno en busca de su nieta, una perdida adolescente que es dejota, go go dancer y en los ratos libres traficante de éxtasis. La novela será publicada próximamente por una editorial amiga (veremos qué tan amiga).
Por mientras, ahí está el prólogo del libro. Ya avisaré cuándo va a ser publicado:

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Prólogo





Mucho se habla siempre de que la juventud es el divino tesoro, el mejor periodo de la vida. También se dice que los jóvenes son los grandes postergados, que nadie les lleva el apunte ni por si acaso. Yo sostengo que estas no son más que PATRAÑAS. Estupideces que los decadentes y drogadictos jóvenes chilenos han instalado en el debate público para, como dicen ellos, en ese lenguaje tan ZOPENCO que tienen, “engrupir”. Así estos PERGENIOS CARAS DE NALGA han logrado extender la “juventud” casi hasta los cuarenta años. ¿Postergados? JA JA. HACEN LO QUE CHURRA QUIEREN. A continuación un ejemplo:
A un imbécil retamboreado la polola lo patea. Acto seguido, luego de tragarse los mocos porque no se los sabe sonar, el muy asqueroso toma el gigantesco jeep que papito le regaló porque sacó doscientos puntos en la PSU y lo aceptaron en la Universidad del Huachalomo, y se larga por la autopista tomando vodka y aspirando cocaína para que se le pase “la penita”. A cuatrocientos por hora, mata a alguien. “Ay, discúlpenlo, es que es joven”. “No sabía lo que hacía”. “Le falta experiencia”. El pergenio CHURRA DE SU MADRE, privilegiado retuta de su tata, no pasa ni cinco minutos en la comisaría y llega el papito, con el compadre general de Carabineros, a buscarlo. Enojado, le pega un coscacho. “No lo vuelvas a hacer”. Y sería todo el “gran” castigo que el padre del año le propina a su hijo ASESINO. Al día siguiente, el JETÓN despierta en su camita sin acordarse de nada de lo que ha pasado. Todo está en paz y quietud, salvo la resaca, la acidez en la garganta y las ganas de seguir vomitando en la taza del baño. Son las tres de la tarde, pero “el niño estaba cansado”, así que sus buenos para nada padres lo dejan dormir hasta LA HORA DE LA ÑAUCA. Llega la nanita peruana con un pan con palta y lo despierta. EL OLOR A PEDO Y SOBACO Y TRAGO ES INSOPORTABLE en esa pieza, pero a la pobre mujer no le queda otra que servir al minipatrón de latifundio, con la mejor sonrisa que tenga en la boca. Suena el teléfono. Es la jetona de la ex pololita. “Ay, ¿sabes qué? Mejor volvamos a pololear”.
Si les suena conocida esta historia, SABANDIJAS, es porque ha pasado muchas veces. ¿Ya se están riendo los muy INMORALES? ¡Qué chistoso matar jetones con menos privilegios que ustedes! ¡Qué cómico tener SIERVOS DE LA GLEBA EN LA CASA, a vuestra entera disposición, 24 horas al día! Y todo esto sin tener que trabajarle UN PESO A NADIE, porque la billetera de papito está ahí, siempre lista.
Me presento, GUAILONES, para quienes no me conozcan. Soy Casimiro Huerta Valverde. Trabajé durante cincuenta años en los gloriosos Ferrocarriles del Estado, de los cuales jubilé, hace ya algo más de una década, con una pensión ratona que no me alcanza ni para una bolsa de té. Pero en vez de ir a tirar migas de pan a las palomas en la Plaza de Armas, como a ustedes les gustaría, desgraciados, me dediqué a intentar enmendar los rumbos de la decadente juventud chilena en una columna que escribía en un diario de la capital. Sí, cretinos sinvergüenzas. La columna, que se llamaba “Malditos Jóvenes”, me hizo ganar casi nada de plata, muchos enemigos, cartas de odio, y hasta una paliza que me propinó una pandilla de "valientes" pailones que, luego de dejar mis viejos huesos para la historia junto a un grifo en un barrio del poniente de Santiago, se subió a su jeep último modelo, todos ellos muertos de la risa, y las emplumó para su emperifollado Barrio Alto, a ponerse a salvo, bajo las faldas de sus nanitas y sus mamitas.
Desde luego, todo esto ocurrió porque la “valiente” juventud chilena alegaba por el mal trato que le propinaba yo, un pobre y triste viejo con placa y que no se ducha porque si no se resfría, y que por eso anda con olor a sobaco la mayor parte del día. Los niñitos se quejaban porque los trataba de drogadictos. Las niñitas, porque las calificaba de ninfómanas. Los papacitos, porque les decía EN SUS CARAS DE PERINEO, que eran unos FLOJOS DE LA CONTUMELIA, que nunca se han preocupado de sus hijos, y por eso tenemos el desastre actual: el país se va a ir a la misma CHUÑA porque la generación de recambio resultó ser una buena BOSTA.
Harto duré, en el nombre de la libertad de expresión, hasta que no me aguantaron más y un editor jovencito y taquillero un día simplemente no me publicó más. Ni siquiera se atrevió a llamarme por teléfono para echarme, el muy maricueca. Dijo que me envió un meil, o como sea que se llamen esas cuestiones de la computación, pero yo no tengo computador en la casa NI PIENSO TENER. Yo no soy como ustedes, desgenerados, que hacen al papito gastar lo que no tiene en esas burradas y después se dedican a puro mirar monas piluchas en la pantalla, y a conectarse con otros sicópatas iguales a ustedes para ponerse de acuerdo y a la noche salir a hacer barrabasadas.
Pero como el noventa y nueve por ciento de la juventud chilena no lee ni la palabra “poto” escrita en la pared del baño, supongo que soy desconocido para la mayoría de los mequetrefes jovencitos que podrían leer este libro que es la primera parte de mis memorias, y que explica algunas de las cosas que me han pasado como para formularme la impresión que tengo de la juventud actual. Los señores de esta editorial que me contactaron querían hacer un libro grande, que explicara muchas cosas de mi vida. Yo les dije: amables señores, los jóvenes chilenos son una sarta de IGNORANTES RETAMBOREADOS, que con suerte lee el “Condorito”, y ni nos pongamos a preguntar si entienden los chistes, así que hagamos una cosa chica y con letra grande. Total, en la página cincuenta ya se van a andar quejando de que no entienden ni jota, y se van a poner a llamar por teléfono celular a ese narcotraficante tan simpático que les consigue drogas para amenizar el “carrete”.
Yo no sé si este libro se va a leer o no. Si no, ME IMPORTA UN REVERENDO PUCHO. Soy lo suficientemente viejo como para no andar buscando la aprobación de unos PAPANATAS.
Sé qué me odian, pergenios. Ustedes tampoco me caen bien a mí. Pero resulta que de alguna manera el país tiene que funcionar, a pesar de que ustedes sean la generación –o más bien DESGENERACIÓN-- de recambio. Por eso, para no sentir que durante cincuenta años transporté EN VANO en los trenes a los jetones que los terminaron engendrando a ustedes, voy a hacer este último esfuerzo. Si alguno de ustedes, BESTIAS, lee este pequeño libro, fantástico. Si alguno de ustedes, DELINCUENTES, llega a cambiar, hago una fiesta. Pero sé que eso no va a ocurrir. Escribo y publico esto, entonces, por mis bisnietos, ya que mis nietos se han dedicado, principalmente, a la NINFOMANÍA y a TENER SEXO COMO CONEJOS. Quizás esos cabros chicos que yo jamás conoceré, arreglen LA CASA DE HUIFAS en que ustedes tienen convertido este país. Pero antes, alguien tiene que contar las cosas como son. Llamar al pan pan y al vino vino. Decir la verdad.

Casimiro Hipólito del Carmen Huerta Valverde
Carnet de empleado de los FF.CC. del E., no 458.
El Tabo, V Región. Enero de 2005.