20061031

Se habla spanglés

En una noche de ocio, encuentro este artículo que escribí en 2000 para Radar Libros de Buenos Aires. Fue una trasnochada edición de mi tesis (Master's project) al final del master de periodismo en Columbia ese mismo año.
Para que no se pierda en el limbo del tiempo y la red, acá va (la versión P12 aquí):
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Pese a que oficialmente Estados Unidos es el quinto país de habla hispana en el mundo, a que Los Angeles es la segunda ciudad con más mexicanos del planeta y que el exilio cubano de Miami es cortejado con algo más que flores por cualquier candidato que aspire a ocupar la oficina oval de la casa blanca, escribir en castellano en los Estados Unidos parece un acto romántico o demencial.

La vida loca Quienes escriben ficción en castellano en Estados Unidos ven pasar por la ventana cómo “lo latino” está más caliente que nunca. La reina adolescente Cristina Aguilera y el ex menudo puertorriqueño Ricky Martin llenan el Madison Square Garden y los músicos cubanos del Buena Vista Social Club pierden por nariz el Oscar. La eterna historia del crossover -la aceptación por parte del mundo anglo de la cultura que golpea a sus puertas– es una sirena que les canta a los hispanos más que nunca antes en la historia yanqui. Junot Díaz, Esmeralda Santiago, Oscar Hijuelos, Julia Alvarez, por mencionar algunos, han hecho crossovers más que exitosos, con múltiples ediciones y el beneplácito de la revista New Yorker, por ejemplo. Sin embargo, a estos escritores hispanos hay que traducirlos si uno quiere leerlos en castellano. Su idioma original es el inglés.
Desconectados entre sí, los escritores en castellano pertenecen a una cofradía que básicamente ignora la común existencia. Estos escritores publican esporádicamente en pequeñas revistas o editoriales o simplemente, dejan de publicar, decepcionados ante la lejanía de un público que pueda acogerlos y ante a la distancia de los países de origen, cuando los hay. Para estos escritores, el nuevo orden mundial está sarcásticamente invertido: la superpotencia, sí, es Latinoamérica, pero Latinoamérica también los ignora o los mira extrañada, como si un equipo de béisbol apareciera en la mitad del Monumental.

Lenguaraces Los escritores que escriben en castellano en Estados Unidos soplan una brasa que no se apaga, pero que tampoco se transforma en fogata. Es en Latinoamérica donde aspiran a publicar, allí quieren darse a conocer y, con algo de suerte, desde allí esperan que las editoriales yanquis los llamen y los traduzcan. O si no, simplemente escriben para sí mismos, por amor al arte, en un silencio sólo roto durante las sesiones de talleres literarios que generan modestas revistas semestrales.
Aunque casi siempre son perfectamente bilingües, insisten en el español antes que el inglés. Pero esto les hace tener menos oportunidades que sus colegas hispanics, quienes, escribiendo en inglés sobre las mismas experiencias, obtienen adelantos de 600 mil dólares, premios, becas y adaptaciones al cine.
Una de las bisagras entre el mundo anglo y el mundo hispanic es Ilan Stavans, un académico mexicano que enseña en el Amherst College de Massachussets. El New York Times lo elevó el año pasado a pope de la literatura hispana, un descubridor de escritores. Stavans es jovial y enérgico. En su oficina descansa un manuscrito de 2.500 páginas que en 2003 se transformará en la primera antología histórica de la literatura hispana en Estados Unidos. El libro comenzará con escritos coloniales, del siglo XIX y terminará con extractos de literatura en “spanglish”. La única condición para que un texto forme parte de la antología es que haya sido escrito dentro de lo que es hoy el territorio estadounidense, sin importar el idioma en que se haya redactado.
“Creo que hay tres tipos de escritores hispanos hoy”, dice Stavans. “Los que nacieron en Estados Unidos y escriben en inglés, los que llegaron de afuera y escriben en español y los que nacieron aquí, pero de alguna manera se las arreglan para mantener al español como su primera lengua”.
Entre los que llegaron de afuera está el boliviano Edmundo Paz Soldán. Con más de diez años en Estados Unidos –enseña Literatura Hispanoamericana en la Universidad de Cornell–, Soldán ha publicado en Alfaguara Bolivia y, gracias a su agente neoyorquina, ha sido traducido en Dinamarca y Finlandia. Pero, dice, le faltaría por lo menos un país europeo grande para que un editor estadounidense se interese en él. Asegura estar dándole vueltas a la idea de autotraducirse al inglés.
Como Paz Soldán, la mayoría de los escritores en castellano en Estados Unidos nacieron en otra parte. El peruano Isaac Goldenberg, por ejemplo, que está a la cabeza del Instituto de Escritores Latinoamericanos de Nueva York, llegó a la Gran Manzana hace más de veinte años y recién –luego de tres novelas y seis libros de poesía (siempre con el Perú como tema y siempre en castellano), está trabajando en su “primera novela en inglés; es en primera persona y cuando empecé a imaginarme el personaje, hablaba en inglés”.
Goldenberg ha publicado en Perú y en Estados Unidos y está a cargo de la editorial Latino Press, la insignia del Instituto de Escritores Latinoamericanos, y una de las pocas editoras que publican exclusivamente material en castellano. No es fácil encontrar libros de Latino Press en Barnes & Noble, la gran cadena de librerías de Estados Unidos, pero Goldenberg se las arregla para ser distribuido a través de una empresa de Miami.
Además de Latino Press, el Instituto tiene un taller literario dirigido por un pintor y escritor chileno llamado Juan Gómez Quiroz, que publica Brújula/Compass, una revista que sale dos o tres veces al año -dependiendo de los recursos económicos de los cuales dispongan– y que, como su nombre bien lo indica, publica material en inglés y en español. “No hay lugares para publicar en español”, dice el venezolano Jesús Bottaro, miembro del taller. “Ésta es una aventura romántica”.

Airlines Menos romántica y más difícil fue la aventura que tuvo que emprender Eduardo Becerra para dar con un escritor que a) hubiera nacido en Estados Unidos y b) escribiera ficción en castellano. Becerra, editor de Líneas Aéreas, la antología que el año pasado presentó al público de España una nueva horneada de escritores americanos nacidos con posterioridad a la revolución cubana, decidió dedicar a Estados Unidos un capítulo del libro. No sabía que la tarea sería difícil. Así que recurrió al que más brillaba.
El tejano Rolando Hinojosa-Smith no nació antes de la revolución cubana, y por lo tanto estaba fuera del proyecto de Líneas Aéreas, pero sus galardones (tiene en su haber un premio Casa de las Américas por su novela Klail City y sus alrededores y es uno de los escritores más importantes de Texas) lo hacen figurar en todas las listas de hispanos destacados en Estados Unidos, junto al ministro de vivienda, Henry Cisneros, y al actor Edward James Olmos.
Desde el mundo universitario –tiene una cátedra en la Universidad de Austin, Texas– ha escrito parte de su obra en inglés y parte en español. Fue él quien sugirió a Becerra enrolar a un joven colega de Austin, Santiago Vaquera.
Vaquera, un barbudo y rápido profesor de español en la universidad de Texas, es un chicano –esto quiere decir que sus padres son mexicanos, pero él nació en territorio estadounidense– que derivó al castellano escrito luego de que el establishment en inglés le cerrara la puerta en la cara. “Mi material era como la venganza de los chicos latch key”, cuenta Vaquera, refiriéndose a los niños cuyos padres trabajan todo el día y que se van directo de la escuela a una casa sin adultos, con televisión encendida y con el picaporte de la puerta en posición “cerrado”. Vaquera se crió así. “Y esta experiencia”, dice, “es común a blancos, negros y mexicanos”. Pero cuando en los ochenta Vaquera trató de mover estos relatos en inglés, la recepción fue tibia: se suponía que los chicanos debían escribir de la vida en el campo o en el caos urbano de las pandillas angelinas. Nadie esperaba una voz, en inglés, sobre los hispanos de clase media con demasiada televisión en la cabeza. “El castellano, en cambio era un territorio libre”.

Babel doméstica A pesar de que lo habla a la perfección, no ha sido fácil para Vaquera escribir en el idioma de sus padres. En su cabeza hay una lucha constante entre el español del norte de México –que adquirió en casa–, el que aprendió en California –donde vivió su adolescencia–, el spanglish que conoció en la calle y el inglés que habla con su esposa dominicana (quien, paradójicamente, es lingüista). Luego de pasar un año en Ciudad de México como parte de un año sabático, logró dominar su español escrito hasta hacerlo publicable. “Incluso hoy, cuando escribo”, dice Vaquera, “trato de evitar pensar en inglés, porque traducir después es complicado. Tengo que esperar a que venga la idea en español y luego pulirla”.
Hace unos años atrás, quizás Vaquera hubiera tenido más aceptación. Luego de la película Como agua para chocolate, basada en la novela homónima de Laura Esquivel, las editoriales neoyorquinas pensaron que podía haber una mina de oro que no estaban explotando bajo sus narices: el castellano.
“Aún no puedo creer que estemos hablando de esto en tiempo pasado”, dice Ilan Stavans. “Algunos años atrás, yo solía decir y esto está pasando ahora mismo”. Lo que estaba pasando era simple. Las editoriales empezaron a publicar en castellano. Si a Como agua para chocolate le había ido tan bien en la taquilla, ¿por qué no le iba a ir bien como libro? Y efectivamente, así fue. Se transformó en la novela en castellano más vendida de los noventa. Las editoriales siguieron adelante. Fue el turno de los clásicos. Vargas Llosa, García Márquez y Cortázar fueron editados en castellano por Penguin, Simon & Schuster o Vintage Books. Y luego les tocó a los hispanos. Los mismos hispanos que antes habían publicado en inglés y se habían hecho famosos ahora estaban siendo traducidos al español, para llegar a todo el público que fuera posible llegar.
“Los lectores estaban orgullosos”, cuenta Stavans. “Era como un triunfo político. Pero el problema fueron las traducciones”. En esas primeras traducciones –encargadas a los apurones en España–, personajes dominicanos, cubanos, chicanos, terminaban hablando como madrileños. Los lectores rechazaron la rareza, las editoriales entendieron el problema y lo corrigieron, pero con unos traductores bastante a mano.
“No fue mi decisión traducirlo al castellano”, dice Esmeralda Santiago, autora del best-seller de memorias Cuando era portorriqueña. “Mi editor pensó que mis lectores apreciarían más el libro de esta manera”. Santiago dejó Puerto Rico a los trece años, a finales de los cincuenta, cuando abandonó su educación formal en castellano y comenzó en inglés. “Era como un reto para mí porque temía que mi castellano no fuera lo suficientemente bueno. Pero una vez que empecé con la traducción, me di cuenta de que sabía más de lo que suponía”. La respuesta que encontró la escritora fue que los lectores que aseguraban haber leído la novela en ambos idiomas, la encontraban más graciosa en castellano.

Mercado lingüístico Cuántos hablan y cuántos leen castellano en Estados Unidos es una cuenta que nadie se ha interesado en sacar. Karin Kiser, experta en mercadotecnia de libros en castellano, afirma desde San Diego que se estiman entre ocho y diez millones los hispanos capaces de leer castellano con fluidez. Otra estimación con la que trabaja Kiser es que esos lectores gastan unos cuatrocientos millones de dólares al año en libros en castellano. No es mucho, si se tiene en cuenta que sólo por su última nouvelle, Riding the bullet –publicada en Internet–, Stephen King engrosó su cuenta corriente en 450 mil dólares.
Por estos días un fantasma recorre los buzones de Estados Unidos. Es el fantasma del censo 2000, promocionado en la televisión como una de los momentos más importantes para la marcha de las minorías étnicas. El gobierno federal proclama que si se sabe exactamente cuántos habitantes hay, puede destinar mejor las ayudas económicas a los grupos desprotegidos.
El último censo, llevado a cabo en 1990, descubrió a 20 millones de hispanos en Estados Unidos. En julio del año pasado las proyecciones demográficas subían esta cifra a 30 millones. Pero algunos en el mundo editorial no sacan cuentas tan felices.
“Seguro, la pregunta en el censo era ¿es usted descendiente de hispanos? Y la gente respondía que sí porque su abuelo era mexicano, pero resulta que esta gente no hablaba español en absoluto”. Leylha Ahule es la gerente de Alfaguara Estados Unidos. Desde su sede en Miami, Leylha apunta fundamentalmente al mercado académico, al millón de alumnos que están matriculados en cursos de literatura o de idioma español. “La verdad”, dice Ahule, “es que los hispanos en Estados Unidos tienen un bajo nivel de educación. Los libros que más se venden son de astrología, los espirituales, los de medicina y los de incienso”.
De acuerdo a un estudio de ventas encargado por Alfaguara, durante la década pasada el libro más vendido en castellano en Estados Unidos fue Como Agua para Chocolate con 75 mil ejemplares. Lo siguieron El Regalo de Danielle Steel y el popularísimo El libro de remedios caseros.
“Para nosotros”, concluye Ahule, “vender cincuenta mil copias es excelente. En términos de lo que es la industria del libro en inglés, es ridículo. Pero para nosotros vender incluso 10 mil copias de una novela es una hazaña”. La editorial confía en su conocimiento del mercado hispano, conocimiento que no tienen las grandes editoriales yanquis. Si los Simon & Schuster y los Penguin desprecian ventas de diez mil ejemplares, para editoriales que se dedican y conocen el nicho, insiste Ahule, menos es más.

La excepción que confirma la regla

El escritor hondureño Roberto Quesada vive en Nueva york desde hace más de diez años, jamás ha escrito en inglés, no está pensando en hacerlo y sin embargo, tiene dos novelas traducidas al inglés y está a punto de editar una tercera. Incluso, el año pasado, el New York Times criticó su última publicación. No fue en la revista de libros que aparece los domingos, ni tampoco la crítica fue excesivamente laudatoria, pero Quesada ya puede decir que el New York Times se molestó en leerlo.
¿Cómo lo hizo? Quesada tiene suerte, buenos contactos y un espíritu a prueba de balas. “Escribo en mi propio idioma porque escribir ya es complicado, así que para qué complicarlo más”. Durante años Quesada cargó con el complicado título de escritor hondureño en Nueva York. “Serlo significaba nada. Pero eso cambió cuando fui traducido”.
Quesada tuvo los contactos correctos casi por azar. Los conoció en oscuras ferias del libro en solidaridad con Centroamérica durante los años ochenta. Primero Hardie St. Martin, traductor al inglés de García Márquez. Luego, Kurt Vonnegut, el inclasificable autor de Matadero 5, a quien Quesada abordó sin saber quién era (luego se daría cuenta de que el resto de la concurrencia no se acercaba a Vonnegut por exceso de respeto). Hoy Quesada tiene traducidas dos novelas, Los barcos (The ships) y The big Banana, que de su computadora pasó directamente a un traductor y de ahí a librerías a cargo de Arte Público Press. “El éxito”, dice Quesada, “es una extraña mezcla de trabajo duro y oportunidades. Hay un montón de gringos que tampoco pueden publicar aquí”.

20061024

La mejor canción del mundo

Caramba que es buena. Y respecto al intérprete, permítanme un guiño a mi juventud.

20061015

El rock and roll ha muerto

Se cierra CBGB

La cosa es así. Si vivías en Nueva York antes de que la ciudad se pusiera taquillera y segura, si arrendabas departamentos antes de la era Giuliani, de Dinkins para atrás, digamos; si conociste Times Square cuando era un lugar de putas y narcotraficantes y en la Octava te podías meter a cines pornos, digo; si te pasó todo eso y aún sigues ahí, es muy probable que tengas una "renta controlada", es decir, pagues unos 400 dólares por un departamento que, si se arrendara hoy a otra persona, costaría unos dos mil quinientos. ¿Estamos? Así es la cosa: socialismo para los viejos neoyorkinos en la ciudad más capitalista del mundo.
¿Qué pasa? La presión inmobiliaria es fuertísima, y los dueños de edificios dejan que el lugar se pudra para que los viejos y pobretes arrendatarios se vayan y dejen el espacio a jóvenes y ambiciosos ejecutivos de Wall Street.
Muy bien. Si saben de rock, no es necesario que explique la importancia de CBGB en la escena neoyorkina y mundial. Si saben de bienes raíces en Nueva York, no les tengo que decir que el East Village es uno de los pocos lugares "pobres" que quedan en Manhattan, esto es, lleno de viejos arrendatarios, en su mayoría jipis que vivieron las heroicas jornadas setenteras y ochenteras de Thompkins Square Park, acaso el lugar entonces con más alta concentración de homeless y yonquis de la historia del mundo, y que el Bowery, ese "estado mental" neoyorkino conformado por la imposible angulación de las viejas calles con nombres y no con números, y que tiene su polo en el cubo donde se intersecta la East 8 St / Lafayette St. / Bowery / St. Mark's Pl./Astor Pl.
Dos más dos son cuatro. El dueño del recinto donde funcionó CBGB (315 Bowery) pidió el lugar -los CBGB no pudieron pagar sus deudas- y CBGB tiene que irse porque se acabó su contrato. Lo curioso es que el dueño del sitio es una organización no gubernamental que trabaja para los homeless, con un presupuesto de 32 millones de dólares al año.
Una mejor idea de esto la da esta crónica del New York Times. Aquí algunos estractos:

Con una política abierta de fichaje de bandas, Hilly Kristal, su fundador, Hilly Kristal, nutrió a la más grande generación rockera de Nueva York, y a su vez aquellos grupos hiceron de CBGB uno de los pocos clubes rockeros conocidos por su nombre en todo el mundo.

“Cuando empezábamos, no había lugar en que pudiéramos tocar, así que terminamos en el Bowery", dijo Tom Erdelyi, más conocido como Tommy Ramone, el primer baterista del grupo y único miembro original vivo. "Fue un calce perfecto"


Aquí hay un documental sobre los Ramones y CBGB.

20061006

5 de octubre de 1988

Tipeo esto en realidad en la madrugada del 6. Una veintitres de la mañana. Más o menos la hora en que la dictadura tuvo que reconocer la derrota hace 18 años. Disfruten el "vamos a decir que no". A mí me erizó la piel de nuevo.

20061005

“Creo en la utilidad de los libros, fíjese usted”

Hace un tiempo me topé con esta entrevista al gran Gore Vidal en Le Monde. La traduje con uno de esos traductores online. Me cae bien el viejo: el Juan Goytisolo de Estados Unidos. Tal vez lo que más me gusta es el título. En francés: “Je crois à l’utilité des livres; figurez-vous”. Antes de leer la entrevista me dio la idea de grito de guerra de último lector y último escritor sobre la faz de la tierra. En realidad es un ataque al arte por el arte. Gore Vidal: un escritor que cree que el ensayo sobrevivirá a la novela. Un tipo en los grandes combates de esta era. Ustedes dirán.

Destacados:
Paso lo que más puedo en California, ya que el clima político me alimenta. La cólera me alimenta. Estoy la mayor parte del tiempo en cólera cuando estoy allí. Pues, lo que podría ser insoportable para otro es para mí el carburante de mi escritura.

Observe a estos pobres escritores sudamericanos. Algunos son muy buenos. Pero el “realismo mágico” los mató. Las críticas son como los turistas que vuelven diciendo que “hicieron” el Machu Picchu: ¡“Ay, se “hizo” el realismo mágico” - y ¡hop! ¡a la trampa!

-Dentro de cien años, qué le gustaría que leyeran de usted…?
-¡El alfabeto!

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“Creo que en la utilidad de los libros; fíjese usted”

Acurrucado en la sombra barroca de su chalet italiano, Gore Vidal mecanografía en una máquina de escribir. Es aquí, en Ravello, en esta casa legendaria construida en la cumbre del acantilado que escribió Palimpsesto, primer volumen de sus memorias. Aquí que compuso Creación, la Edad de oro y, más recientemente, El Final de la libertad. Gore Vidal, 79 años, en primer lugar ha abierto la crónica para sus posiciones iconoclastas y su homosexualidad declarada. En 1948 publicó una novela, The City and the Pillar, en la que que el tema homosexual
le valió la ira de New York Times.
Obligado a lanzarse a la escritura de textos para la televisión, el teatro y el cine, tuvo un éxito estrepitoso antes de volver a la vanguardia de la escena literaria con Julien l' Apostat, y a numerosos ensayos culturales y políticos. Después del 11 de septiembre, se consagra a la denuncia de “Estados Unidos de Amnesia”. Es uno de los raros escritores
que se han pronunciado radicalmente contra la guerra en Irak, que percibe como el síntoma de una tentación totalitaria. Odiado por la derecha americana, heraldo prolijo de la extrema izquierda, Vidal no termina de denunciar el hubris del imperio y la lenta delicuescencia de estas libertades civiles que fue el denario del sueño americano.
-¿Desde cuándo viene a Ravello?
-Vine por primera vez en una Jeep, en 1948, con Tennessee Williams. Manejamos desde Roma, nos decidimos a pasar el día aquí, rn Ravello, y descubrí este acantilado mágico. No me imaginaba que veinticinco años más tarde terminaría por tener una casa...
-¿Le asienta más la comodidad en Europa?
-No. Al contrario. Paso lo que más puedo en California, ya que el clima político me alimenta. La cólera me alimenta. Estoy la mayor parte del tiempo en cólera cuando estoy allí. Pues, lo que podría ser insoportable para otro es, para mí el carburante de mi escritura.
-
Mucho, y a menudo, usted se ha comprometido. Incluso se presentó a las elecciones del Congreso en 1960 y luego en 1982. Es raro para un escritor. En Europa tuvimos Malraux y, en el otro extremo, a Drieu La Rochelle. En América Latina, Mario Vargas Llosa. Pero, en los Estados Unidos...
-Un escritor es también lo que su novela familiar hizo él. Mi abuelo era senador. Mi padre sirvió en la administración Roosevelt. Es decir, crecí en la política. Tal vez por eso es que me ha parecido natural comprometerme en los combates de mi tiempo y también, en mis libros, participar en la escritura de la historia de mi país. Son numerosos años, siete novelas, innumerables pruebas. Sé que la mayoría de mis contemporáneos se interesa más bien por la cuestión del matrimonio, por la custodia de los hijos o por el arte y por la manera de convertirse en profesor. Fascinante, ¿verdad? Pero muy poco para mí.
-¿Qué clase de impacto tiene una voz como la vuestra sobre la opinión pública americana?
-Estos pequeños libros que escribo como
El Final de la libertad, que se refiere al periodo después del 11 de septiembre, se venden de a cientos de millares de ejemplares. Frente a eso, se me dice que las novelas sobre el matrimonio no se venden. No es el juicio quizá de Dios. Pero es el de la Historia...
-¿Es importante para usted el éxito?
-Para esta clase de escritura polémica, sí, es indispensable afectar el mayor número de personas. Aparte eso, la verdad es que nunca me han impresionado las pequeñas obras egocéntricas de mis colegas. Freud hizo mal a la literatura americana. La gente comenzó a hacerse “analizar” en los años cuarenta. Y todo el mundo se volvió terriblemente envarado en sí mismo. Saul Bellow escribió a este respecto una obra hilarante que ayudé a producir,
The Last Analysis. Una pequeña obra de arte sobre las pequeñas naturalezas del egotismo americano.
-¿Hay escritores de su generación que admire?
-Leo muchos ensayos de historia, casi no novelas. Encontré un buen ensayo en el New York Review of Books, pero el autor desaparece inmediatamente. El escritor quien de verdad me gustó durante mi larga vida es
Italo Calvino. Fui yo quien lo introdujo en América. Eso se debe, ya que no era “familiar”. Ahora bien, a los americanos sólo les gustan las cosas sobre las cuales pueden clavar una etiqueta. Libres de matar lo que están etiquetando. Observe a estos pobres escritores sudamericanos. Algunos son muy buenos. Pero el “realismo mágico” los mató. Las críticas son como los turistas que vuelven diciendo que “hicieron” el Machu Picchu: ¡“hay, se “hizo” el realismo mágico” - y ¡hop! ¡a la trampa!
-Si se le puede comparar con un escritor francés, sería seguramente con
Gide. El Gide de Viaje al Congo y de Nuevas Comidas terrestres, el santo dueño de la homosexualidad política...
-Me gusta esta comparación. Por otra parte, conocí a Gide. 1bis, rue Vaneau, allí vivía, en el primer piso. Tenía una gran oficina con millares de libros donde me invitó, un día, al desayuno. Me propuso regalarme uno de sus libros. Elegí Corydon. Me respondió: “Nunca regalaré este libro; es tan anticuado, tan estúpido". Y: “Está bien para eso que envidio”. Siempre lo he tenido conmigo, dedicado. Y no es tan malo como creía.
-¿Qué piensa de la religión, hoy, en el otro lado del Atlántico?
-Es la obra del diablo. No hay quizá buen Dios, pero hay seguramente un diablo y su pasión dominante: la religión de los fundamentalistas protestantes. Creo que mi país comienza, en numerosos respectos, a asemejarse a una teocracia. Por medio de la televisión, los evangelistas recaudan fondos considerables que invierten de inmediato en hacer elegir oscurantistas retrasados. Como no hay sistema de educación pública, la gran mayoría de mis conciudadanos es de una ignorancia que da miedo. No saben dónde está Irak. Toman todo lo que el gobierno les dice como si fuera la palabra del Evangelio. Caramba, ¡cualquier país normal se habría rebelado contra esta guerra! Pero somos un país anormal, controlado por expertos en publicidad falsa.
-¿Y el Partido demócrata?
-Si llegan a encontrarlo, le pondré atención... Pero no existe.
-Nunca el país estuvo tan dividido.
-Sí. Entre imperalistas y antiimperialistas. Esa es la situación. El país más potente del mundo está volviendo a la edad piedra. Dicen: “Fuimos elegidos por los dioses para controlar el planeta". Pero la verdad es que se trata sobre todo de poner la mano sobre las últimas reservas de petróleo. En vez de encontrar energías alternativas, pretendemos controlar regiones enteras del mundo. Esta gente no comprende que el país, así, apuesta a pérdida.
-¿Es de los que creen que la libertad de expresión peligra en los Estados Unidos?
-Sí, por supuesto. El país pertenece a un puñado de hombres que controla también los medios de comunicación. Tome a General Electric. Produce armas nucleares para el Pentágono y posee la cadena por cable NBC News. Hay allí un aparato muy sofisticado de censura intrínseco al sistema. He aquí el golpe de genio. Es como una jaula electrónica alrededor de la nación, que impide a la información pasar.
-Usted acaba de afirmar que la democracia americana estaba moribunda.
-La democracia es algo que América realmente no ha practicado jamás. Porque los Padres fundadores detestaban dos cosas: la monarquía y la democracia. Querían la república. Una réplica, en el fondo, de la República romana o de la República de Venecia. Pero, hasta en la etimología de la palabra, se horrorizaban de la democracia.
-¿Y la literatura en todo esto?
-No hay prácticamente más lectores de novelas. Y no veo cómo la situación podría mejorarse. La gente prefiere los juegos de video, la tele-realidad, el cine, que sé yo. Hay tantas razones para no leer novelas...
-¿Y usted, que razones tuvo para escribirlas?
-El hecho de que jamás hubieran sido escritas antes, supongo.
-¿Es todo?
-Y además nací novelista, lo que no es tan frecuente. Hay ciertas personas que se ejercitan en la escritura por un momento, luego se hacen ministro de la cultura bajo de Gaulle, y se echan a vivir sus propias ficciones... ¡Yo, entre Malraux, Balzac y
Montaigne, escojo a Montaigne! Montaigne sobrevivirá a todos los demás. Porque el ensayo, es decir la comunicación directa entre autor y lector, sobrevivirá a la novela, dentro mil años por lo menos.
-¿Es la razón por cuál escribe ahora sobre todo libelos y ensayos?
-Sí, y también porque es la manera más directa de atacar la política de mi país. Pero, francamente, preferiría hacerlo a veces para la televisión, que es un medio todavía más frontal.
-Usted también está escribiendo la segunda parte de sus memorias, cuyo primer volumen, Palimpsesto, apareció hace diez años.
-Casi acabé. Es muy difícil para mí. Porque no encuentro mi propia vida tan interesante como esto. Y luego me pasa que yo me digo que posiblemente dije todo en el primer volumen. Se acababa a las puertas de mis 39 años. Y viví cuarenta años más... Pues, hay que continuar. ¡Pero qué aburrimiento! ¡En el peor de los casos, puedo siempre echarme a plagiar a Montaigne!
-¿De todos sus libros, cuál le gusta más?
-Hay uno, en todo caso, que me gustaría que todo el mundo lea porque les sería útil: es
Creación. Todo el mundo está allí. Sócrates, Platón, Zoroastro, Confucio. Para todos ellos hay una pregunta que viene de Montaigne: ¿qué la creación? ¿Cómo el mundo fue creado, si es que lo fue? Creo en la utilidad de los libros, fíjese usted. Verdaderamente no me interesa el " arte por el arte ".
-¿ Y cuál es, según usted, la "utilidad" de Creación?
-Es un curso acelerado, bastante bueno, sobre la historia de las religiones. Si solamente pudiera conseguir que estos cristianos malos lo leyeran... Un ejemplo. Un discípulo le preguntó a Confucio: " ¿maestro, si hay un solo precepto según cuál guiar una vida, cuál sería?" Confucio respondió: "trate a otros como a usted le gustaría que le trataran". Pues bien: ¡usted no tiene idea del histerismo, a lo largo y anchos de América, con respecto a esta frase pronuncianda quinientos años antes de Cristo! [Toma un acento caricaturesco] "…pero esto no puede ser verdad. Esto ha sido inventado. ¡ Sólo Nuestro Señor habría podido decir esto!"
-¿Es ateo?
-¡Oh sí! Un ateo puro. Un ateo
born again...
-Y un provocador ¿no?... ¿Realmente piensa que los Estados Unidos se han convertido en el país totalitario que usted dice?
-Sí, más o menos. Siempre hubo unas tendencias, como en la inmensa mayoría de los países. Pero nosotros estamos en guerra casi constantemente desde el último siglo. Esto no les hizo bien a nuestras instituciones. El Congreso no representa más a la gente. Las cortes no ejercen más la justicia. Los ejércitos no acaban de jugar a ser los policías del mundo y del petróleo. Y, en 2008, otro payaso será elegido a la presidencia.
-El combate entonces está perdido por anticipado... ¿Cómo encuentra el coraje para escribir?
-Los estadounidenses, a pesar de todo, comprenden bastante bien lo que tiene que ver con dinero, guerra, muerte, enfermedad. Y hay también, en este país, una verdadera tradición de escepticismo.
-Dentro de cien años, qué le gustaría que leyeran de usted: ¿ sus novelas, sus libelos?
-¡El alfabeto! Simplemente quiero que se hallen en situación de leer el alfabeto. No soy muy ambicioso.
-¿Qué es lo que todavía le proporciona alegría?
[Silencio Largo.] No veo más muchas razones para regocijarme.
-Algo debe haber.
[silencio Largo.] Pues bien, nos regocijamos de que la vida toca a su fin... Pensar que esto podría
continuar quinientos años, en mi caso, sería terrible.
-Usted tuvo una vida tan rica, tan novelesca.
-Sí, pero ya la tuve. No necesito vivirla de nuevo. Una vez basta. ¿Conoce la respuesta de Jackie Kennedy a la misma pregunta? Era la época cuando todo el mundo le decía que le hacía falta escribir sus memorias. Lo sé, respondía... lo sé... pero, primero, mi secretaria en la Casa Blanca botó, por equivocación, todas mis notas. ¿Y luego qué podemos hacer cuando olvidamos todo? Jackie encontraba que era seguramente una buena idea escribir sus memorias. Pero esto habría significado, también, tener que revivirlas. Y creo que esto, para ella, era lo peor.
-Pero usted las escribe.
-Ah… Pero yo nunca he estado en Dallas.