Para que no se pierda en el limbo del tiempo y la red, acá va (la versión P12 aquí):
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Pese a que oficialmente Estados Unidos es el quinto país de habla hispana en el mundo, a que Los Angeles es la segunda ciudad con más mexicanos del planeta y que el exilio cubano de Miami es cortejado con algo más que flores por cualquier candidato que aspire a ocupar la oficina oval de la casa blanca, escribir en castellano en los Estados Unidos parece un acto romántico o demencial.
La vida          loca Quienes escriben ficción en castellano en Estados Unidos ven          pasar por la ventana cómo “lo latino” está más          caliente que nunca. La reina adolescente Cristina Aguilera y el ex menudo          puertorriqueño Ricky Martin llenan el Madison Square Garden y los          músicos cubanos del Buena Vista Social Club pierden por nariz el          Oscar. La eterna historia del crossover -la aceptación por parte          del mundo anglo de la cultura que golpea a sus puertas– es una sirena          que les canta a los hispanos más que nunca antes en la historia          yanqui. Junot Díaz, Esmeralda Santiago, Oscar Hijuelos, Julia Alvarez,          por mencionar algunos, han hecho crossovers más que exitosos, con          múltiples ediciones y el beneplácito de la revista New Yorker,          por ejemplo. Sin embargo, a estos escritores hispanos hay que traducirlos          si uno quiere leerlos en castellano. Su idioma original es el inglés.
        Desconectados entre sí, los escritores en castellano pertenecen          a una cofradía que básicamente ignora la común existencia.          Estos escritores publican esporádicamente en pequeñas revistas          o editoriales o simplemente, dejan de publicar, decepcionados ante la          lejanía de un público que pueda acogerlos y ante a la distancia          de los países de origen, cuando los hay. Para estos escritores,          el nuevo orden mundial está sarcásticamente invertido: la          superpotencia, sí, es Latinoamérica, pero Latinoamérica          también los ignora o los mira extrañada, como si un equipo          de béisbol apareciera en la mitad del Monumental. 
Lenguaraces          Los escritores que escriben en castellano en Estados Unidos soplan una          brasa que no se apaga, pero que tampoco se transforma en fogata. Es en          Latinoamérica donde aspiran a publicar, allí quieren darse          a conocer y, con algo de suerte, desde allí esperan que las editoriales          yanquis los llamen y los traduzcan. O si no, simplemente escriben para          sí mismos, por amor al arte, en un silencio sólo roto durante          las sesiones de talleres literarios que generan modestas revistas semestrales.         
        Aunque casi siempre son perfectamente bilingües, insisten en el español          antes que el inglés. Pero esto les hace tener menos oportunidades          que sus colegas hispanics, quienes, escribiendo en inglés sobre          las mismas experiencias, obtienen adelantos de 600 mil dólares,          premios, becas y adaptaciones al cine.
        Una de las bisagras entre el mundo anglo y el mundo hispanic es Ilan Stavans,          un académico mexicano que enseña en el Amherst College de          Massachussets. El New York Times lo elevó el año pasado          a pope de la literatura hispana, un descubridor de escritores. Stavans          es jovial y enérgico. En su oficina descansa un manuscrito de 2.500          páginas que en 2003 se transformará en la primera antología          histórica de la literatura hispana en Estados Unidos. El libro          comenzará con escritos coloniales, del siglo XIX y terminará          con extractos de literatura en “spanglish”. La única          condición para que un texto forme parte de la antología          es que haya sido escrito dentro de lo que es hoy el territorio estadounidense,          sin importar el idioma en que se haya redactado.
        “Creo que hay tres tipos de escritores hispanos hoy”, dice Stavans.          “Los que nacieron en Estados Unidos y escriben en inglés,          los que llegaron de afuera y escriben en español y los que nacieron          aquí, pero de alguna manera se las arreglan para mantener al español          como su primera lengua”.
        Entre los que llegaron de afuera está el boliviano Edmundo Paz          Soldán. Con más de diez años en Estados Unidos –enseña          Literatura Hispanoamericana en la Universidad de Cornell–, Soldán          ha publicado en Alfaguara Bolivia y, gracias a su agente neoyorquina,          ha sido traducido en Dinamarca y Finlandia. Pero, dice, le faltaría          por lo menos un país europeo grande para que un editor estadounidense          se interese en él. Asegura estar dándole vueltas a la idea          de autotraducirse al inglés.
        Como Paz Soldán, la mayoría de los escritores en castellano          en Estados Unidos nacieron en otra parte. El peruano Isaac Goldenberg,          por ejemplo, que está a la cabeza del Instituto de Escritores Latinoamericanos          de Nueva York, llegó a la Gran Manzana hace más de veinte          años y recién –luego de tres novelas y seis libros          de poesía (siempre con el Perú como tema y siempre en castellano),          está trabajando en su “primera novela en inglés; es          en primera persona y cuando empecé a imaginarme el personaje, hablaba          en inglés”.
        Goldenberg ha publicado en Perú y en Estados Unidos y está          a cargo de la editorial Latino Press, la insignia del Instituto de Escritores          Latinoamericanos, y una de las pocas editoras que publican exclusivamente          material en castellano. No es fácil encontrar libros de Latino          Press en Barnes & Noble, la gran cadena de librerías de Estados          Unidos, pero Goldenberg se las arregla para ser distribuido a través          de una empresa de Miami.
        Además de Latino Press, el Instituto tiene un taller literario          dirigido por un pintor y escritor chileno llamado Juan Gómez Quiroz,          que publica Brújula/Compass, una revista que sale dos o tres veces          al año -dependiendo de los recursos económicos de los cuales          dispongan– y que, como su nombre bien lo indica, publica material          en inglés y en español. “No hay lugares para publicar          en español”, dice el venezolano Jesús Bottaro, miembro          del taller. “Ésta es una aventura romántica”.
Airlines          Menos romántica y más difícil fue la aventura que          tuvo que emprender Eduardo Becerra para dar con un escritor que a) hubiera          nacido en Estados Unidos y b) escribiera ficción en castellano.          Becerra, editor de Líneas Aéreas, la antología que          el año pasado presentó al público de España          una nueva horneada de escritores americanos nacidos con posterioridad          a la revolución cubana, decidió dedicar a Estados Unidos          un capítulo del libro. No sabía que la tarea sería          difícil. Así que recurrió al que más brillaba.
        El tejano Rolando Hinojosa-Smith no nació antes de la revolución          cubana, y por lo tanto estaba fuera del proyecto de Líneas Aéreas,          pero sus galardones (tiene en su haber un premio Casa de las Américas          por su novela Klail City y sus alrededores y es uno de los escritores          más importantes de Texas) lo hacen figurar en todas las listas          de hispanos destacados en Estados Unidos, junto al ministro de vivienda,          Henry Cisneros, y al actor Edward James Olmos.
        Desde el mundo universitario –tiene una cátedra en la Universidad          de Austin, Texas– ha escrito parte de su obra en inglés y          parte en español. Fue él quien sugirió a Becerra          enrolar a un joven colega de Austin, Santiago Vaquera.
        Vaquera, un barbudo y rápido profesor de español en la universidad          de Texas, es un chicano –esto quiere decir que sus padres son mexicanos,          pero él nació en territorio estadounidense– que derivó          al castellano escrito luego de que el establishment en inglés le          cerrara la puerta en la cara. “Mi material era como la venganza de          los chicos latch key”, cuenta Vaquera, refiriéndose a los          niños cuyos padres trabajan todo el día y que se van directo          de la escuela a una casa sin adultos, con televisión encendida y          con el picaporte de la puerta en posición “cerrado”.          Vaquera se crió así. “Y esta experiencia”, dice,          “es común a blancos, negros y mexicanos”. Pero cuando          en los ochenta Vaquera trató de mover estos relatos en inglés,          la recepción fue tibia: se suponía que los chicanos debían          escribir de la vida en el campo o en el caos urbano de las pandillas angelinas.          Nadie esperaba una voz, en inglés, sobre los hispanos de clase          media con demasiada televisión en la cabeza. “El castellano,          en cambio era un territorio libre”.
Babel          doméstica A pesar de que lo habla a la perfección, no ha          sido fácil para Vaquera escribir en el idioma de sus padres. En          su cabeza hay una lucha constante entre el español del norte de          México –que adquirió en casa–, el que aprendió          en California –donde vivió su adolescencia–, el spanglish          que conoció en la calle y el inglés que habla con su esposa          dominicana (quien, paradójicamente, es lingüista). Luego de          pasar un año en Ciudad de México como parte de un año          sabático, logró dominar su español escrito hasta          hacerlo publicable. “Incluso hoy, cuando escribo”, dice Vaquera,          “trato de evitar pensar en inglés, porque traducir después          es complicado. Tengo que esperar a que venga la idea en español          y luego pulirla”.
        Hace unos años atrás, quizás Vaquera hubiera tenido          más aceptación. Luego de la película Como agua para          chocolate, basada en la novela homónima de Laura Esquivel, las          editoriales neoyorquinas pensaron que podía haber una mina de oro          que no estaban explotando bajo sus narices: el castellano.
        “Aún no puedo creer que estemos hablando de esto en tiempo          pasado”, dice Ilan Stavans. “Algunos años atrás,          yo solía decir y esto está pasando ahora mismo”. Lo          que estaba pasando era simple. Las editoriales empezaron a publicar en          castellano. Si a Como agua para chocolate le había ido tan bien          en la taquilla, ¿por qué no le iba a ir bien como libro?          Y efectivamente, así fue. Se transformó en la novela en          castellano más vendida de los noventa. Las editoriales siguieron          adelante. Fue el turno de los clásicos. Vargas Llosa, García          Márquez y Cortázar fueron editados en castellano por Penguin,          Simon & Schuster o Vintage Books. Y luego les tocó a los hispanos.          Los mismos hispanos que antes habían publicado en inglés          y se habían hecho famosos ahora estaban siendo traducidos al español,          para llegar a todo el público que fuera posible llegar.
        “Los lectores estaban orgullosos”, cuenta Stavans. “Era          como un triunfo político. Pero el problema fueron las traducciones”.          En esas primeras traducciones –encargadas a los apurones en España–,          personajes dominicanos, cubanos, chicanos, terminaban hablando como madrileños.          Los lectores rechazaron la rareza, las editoriales entendieron el problema          y lo corrigieron, pero con unos traductores bastante a mano.
        “No fue mi decisión traducirlo al castellano”, dice Esmeralda          Santiago, autora del best-seller de memorias Cuando era portorriqueña.          “Mi editor pensó que mis lectores apreciarían más          el libro de esta manera”. Santiago dejó Puerto Rico a los          trece años, a finales de los cincuenta, cuando abandonó          su educación formal en castellano y comenzó en inglés.          “Era como un reto para mí porque temía que mi castellano          no fuera lo suficientemente bueno. Pero una vez que empecé con          la traducción, me di cuenta de que sabía más de lo          que suponía”. La respuesta que encontró la escritora          fue que los lectores que aseguraban haber leído la novela en ambos          idiomas, la encontraban más graciosa en castellano. 
Mercado          lingüístico Cuántos hablan y cuántos leen castellano          en Estados Unidos es una cuenta que nadie se ha interesado en sacar. Karin          Kiser, experta en mercadotecnia de libros en castellano, afirma desde          San Diego que se estiman entre ocho y diez millones los hispanos capaces          de leer castellano con fluidez. Otra estimación con la que trabaja          Kiser es que esos lectores gastan unos cuatrocientos millones de dólares          al año en libros en castellano. No es mucho, si se tiene en cuenta          que sólo por su última nouvelle, Riding the bullet –publicada          en Internet–, Stephen King engrosó su cuenta corriente en          450 mil dólares.
        Por estos días un fantasma recorre los buzones de Estados Unidos.          Es el fantasma del censo 2000, promocionado en la televisión como          una de los momentos más importantes para la marcha de las minorías          étnicas. El gobierno federal proclama que si se sabe exactamente          cuántos habitantes hay, puede destinar mejor las ayudas económicas          a los grupos desprotegidos.
        El último censo, llevado a cabo en 1990, descubrió a 20          millones de hispanos en Estados Unidos. En julio del año pasado          las proyecciones demográficas subían esta cifra a 30 millones.          Pero algunos en el mundo editorial no sacan cuentas tan felices.
        “Seguro, la pregunta en el censo era ¿es usted descendiente          de hispanos? Y la gente respondía que sí porque su abuelo          era mexicano, pero resulta que esta gente no hablaba español en          absoluto”. Leylha Ahule es la gerente de Alfaguara Estados Unidos.          Desde su sede en Miami, Leylha apunta fundamentalmente al mercado académico,          al millón de alumnos que están matriculados en cursos de          literatura o de idioma español. “La verdad”, dice Ahule,          “es que los hispanos en Estados Unidos tienen un bajo nivel de educación.          Los libros que más se venden son de astrología, los espirituales,          los de medicina y los de incienso”.
        De acuerdo a un estudio de ventas encargado por Alfaguara, durante la          década pasada el libro más vendido en castellano en Estados          Unidos fue Como Agua para Chocolate con 75 mil ejemplares. Lo siguieron          El Regalo de Danielle Steel y el popularísimo El libro de remedios          caseros.
        “Para nosotros”, concluye Ahule, “vender cincuenta mil          copias es excelente. En términos de lo que es la industria del          libro en inglés, es ridículo. Pero para nosotros vender          incluso 10 mil copias de una novela es una hazaña”. La editorial          confía en su conocimiento del mercado hispano, conocimiento que          no tienen las grandes editoriales yanquis. Si los Simon & Schuster          y los Penguin desprecian ventas de diez mil ejemplares, para editoriales          que se dedican y conocen el nicho, insiste Ahule, menos es más.          
La excepción que confirma la regla
            El escritor hondureño Roberto Quesada vive en Nueva          york desde hace más de diez años, jamás ha escrito          en inglés, no está pensando en hacerlo y sin embargo, tiene          dos novelas traducidas al inglés y está a punto de editar          una tercera. Incluso, el año pasado, el New York Times criticó          su última publicación. No fue en la revista de libros que          aparece los domingos, ni tampoco la crítica fue excesivamente laudatoria,          pero Quesada ya puede decir que el New York Times se molestó en          leerlo.
        ¿Cómo lo hizo? Quesada tiene suerte, buenos contactos y          un espíritu a prueba de balas. “Escribo en mi propio idioma          porque escribir ya es complicado, así que para qué complicarlo          más”. Durante años Quesada cargó con el complicado          título de escritor hondureño en Nueva York. “Serlo          significaba nada. Pero eso cambió cuando fui traducido”.
        Quesada tuvo los contactos correctos casi por azar. Los conoció          en oscuras ferias del libro en solidaridad con Centroamérica durante          los años ochenta. Primero Hardie St. Martin, traductor al inglés          de García Márquez. Luego, Kurt Vonnegut, el inclasificable          autor de Matadero 5, a quien Quesada abordó sin saber quién          era (luego se daría cuenta de que el resto de la concurrencia no          se acercaba a Vonnegut por exceso de respeto). Hoy Quesada tiene traducidas          dos novelas, Los barcos (The ships) y The big Banana, que de su computadora          pasó directamente a un traductor y de ahí a librerías          a cargo de Arte Público Press. “El éxito”, dice          Quesada, “es una extraña mezcla de trabajo duro y oportunidades.          Hay un montón de gringos que tampoco pueden publicar aquí”.
 
 
3 comentarios:
Excelente aporte, Alfredo. Tengo por ahí Líneas aéreas, pero no he leído el cuento de Santiago Vaquera. En todo caso, es claro que algo de agua ha pasado debajo del puente. Editoriales como Alfaguara y Planeta cambiaron la fatal política de promover a sus autores sólo en su país de origen. Así, por ejemplo, hemos podido encontrar a Paz Soldán o Rey Rosa en librerías chilenas. Y si uno busca en Amazon por autor, hay una interesante oferta de libros en español. Encontré incluso una obra de Hawthorne en español, con prólogo de Vila-Matas.
De los autores que nombras, Óscar Hijuelos me cargó, pero el único libro que he leído de Junot Díaz (traducido, por cierto, editado por Mondadori), me gustó mucho. Curioso que exista tan amplio mundo desconocido para los lectores en español. Agradezco las referencias.
Qué buen artículo. Este tema es hoy aún más vigente en Estados Unidos y sería interesante ver qué ha pasado desde que lo publicaste. Creo que los comentarios de la editora de Alfaguara resumen la situación bastante bien: gran parte del público hispano en este país lo es en virtud de su origen étnico pero culturalmente y para efectos prácticos son netamente estadounidenses que apenas hablan español. Un buen síntoma de esto lo puedes ver en las miles de publicaciones que apuntan al mercado hispano (por lo general semanarios de noticias gratuitos porque al parecer la comunidad hispana no acostumbra a comprar un diario o bien su nivel de ingresos por el momento no les permite ser lectores regulares). En su mayoría, se trata de periódicos repletos de faltas de ortografía, a veces a medio camino entre el inglés y el español (por ejemplo, no se deciden a usar la coma o el punto para expresar cantidades superiores a mil) y producidos ya sea por un diario mayor que quiere ganar plata rápida a costa de auspiciadores hispanos o bien dueños de pequeños negocios sin formación periodística pero con el deseo de aventurarse con un semanario.
Otra cosa que es muy cierta es el tipo de libros en español que encuentras en un Barnes & Noble o Borders. Si bien siempre tienen el surtido de autores estándar (Vargas Llosa, García Márquez, etc.), al menos la mitad de los libros son sobre temas evangélicos, auto ayuda o superchería New Age. Lo curioso es que a pesar de la oferta, de todas formas te puedes topar con autores latinoamericanos de los que jamás habrías oído en Chile. Hace poco me compré la muy entretenida novela “Adiós Muchachos” de Daniel Chavaría, ganador nada menos que del premio Edgar Allan Poe de los Mystery Writers of America. Chavaría resultó todo un hallazgo para mí . Así como él, puedes encontrar una serie de autores mexicanos o centroamericanos más allá de los consagrados.
Sin embargo, el gran motivo por el que muchos hispanos no compran libros en EEUU parece ser, tal como dice Ahule en tu artículo, su bajo nivel de educación. Siempre he pensado que una buena forma de incentivar la lectura entre los hispanos de este país y más encima ganar plata haciéndolo sería con una línea de libros de corte “pulp” al estilo de esas novelitas de 100 páginas de Marcial Lafuente Estefanía o Barbara Cartland que se publicaban hace años y podías comprar en cualquier quiosco en Santiago. El mercado en EEUU existe y no entiendo por qué nadie se aventura con un proyecto así. Hace poco leía un artículo en un diario de cómo la biblioteca local de un pueblo chico en el Medio Oeste de EEUU se estaba llenando de novelas de este tipo en español. El fenómeno estaba atrayendo a hispanos que nunca antes habían siquiera entrado al edificio.
Si tan sólo encontrara alguien para financiar mi idea…
nadie escribe perfiles así, en tercera persona.
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