Harry abandonó la librería con la cabeza abombada. Era una tarde pegajosa e idiota de mall. Al principio odiaba esos centros comerciales. Luego, cuando toda la izquierda los odió, él comenzó a amarlos. Esos infelices hijos de la condenada puta que no leían ni los grafitis de los meaderos le parecían más inocentes que todos esos condenados compañeros suyos que predicaban la lucha de clases y hacían gárgaras con los pobres y la construcción del país.
Cansado del cinismo, había intentado encajar, vaya que había. Se casó con una princesa de mall y luego el hastío lo había derrotado. Era una virginal criatura que tomó el matrimonio como un breve noviazgo y siguió adelante, a territorios más calurosos y fértiles.
En esos años Harry había intentado pensar, como todos, que la literatura era una mierda, que ganar dinero era un arte y que la moral era un obstáculo en la larga carrera que Pinochet y la Concertación habían impuesto al país. Por un momento, unos años, unos siglos, se dejó engañar con la dulce felicidad de la ignorancia. Pero al final esos brillantes técnicos que se posgraduaban en las tumefactas ciudades yanquis, esos herméticos sabios que parecían transformar en oro todo lo que tocaban, esas profetisas de abdómenes planos y pechos parados como cohetes hacia Plutón, esa sabiduría contenida en las pocas hectáreas del barrio alto de Santiago, no le llegaban ni a los talones a una buena novela, a la técnica para construirla, a la sangre que había que derramar para verterse en una historia.
Harry respiró hondo. La había cagado y no había nada más que hacer. Estaba muy viejo, muy huevón, como para empezar de nuevo.
Pero si tuviera en sus manos una vida bullente, como la que él tuvo hace treinta años. Si pudiera enderezar a una versión moderna de él. Ah, qué historia sería esa.
Una muchacha de unos 18 años, una princesa guerrera de las noches que en las tardes se hacía un sueldo con un estrecho vestido y una minifalda, le alcanzó un papel que Harry se negó a recibir.
-Gracias -dijo, despectiva, la muchacha.
-¿Gracias por qué? -reaccionó molesto Harry-. No te he hecho ningún favor. No quiero hacerte ningún favor. No me des las gracias.
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