20071227

Llorar

A Cristián Warnken le acaba de pasar lo peor que le puede pasar a un padre: la muerte de un hijo. Hoy se despacha en El Mercurio esta columna que igual reproduzco más abajo. Hay que tener mucho coraje para levantarse y escribirla en esas circunstancias. Es un dato que probablemente esta columna es de las mejores que se han escrito en El Mercurio en mucho tiempo. Es un dato también que el costo de sacar adelante esta columna es ridículamente alto, y que hubiera sido mejor que la columna no hubiera existido. Yo no sé si la literatura es un consuelo: sé que funciona mejor con dolor que con alegría. Sé también que es inevitable: que si uno escribe, escribe a rajatabla, pase lo que pase. E imagino que estamos hechos de recuerdos y que el pasado, aunque lo neguemos, aunque sea ayer, está en nosotros como si fuera nuestra alma.

--
Clemente
Llora por ti tu jardín, que siempre insistías en llamar "mi jardín". Llora el intruso gato blanco y negro, que merodeaba por las tardes y que tú llamabas mi gato amigo. Llora el cerro Manquehue, que veías desde la ventana de tu pieza. Llora la plaza de Almirante Acevedo, alrededor de la cual corrías una y otra vez, como un Forrest Gump de tres años. Lloran los resbalines que te vieron crecer en temeridad y por los que te lanzabas con gozo. Llora la montaña del camino de La Pirámide, destrozada por la construcción de autopistas y a la que decías "pobre montaña". Llora tu nana, a la que llamabas "mi reina", "mi Karencita hermosa", piropero precoz.
Lloran las fuentes de agua, ante las que te quedabas en éxtasis mirando caer el agua, el agua que te asombró más que nada en el mundo, el agua de los ríos, el agua de las llaves de agua de la casa, que abrías sin cesar, el agua del mar, oh, tu locura por el agua, Clemente, toda el agua del mundo llora por ti, y mana en nuestras lágrimas.
Lloran por ti Whinnie the Poo y Tigret y Christopher Robbin, y todos sus amigos, porque en sus libros de aventuras te sentías en familia. Tú eras como Whinnie the Poo, tierno, goloso, amical. Llora por ti tu chupete gastado y fiel, que intentamos vanamente botar tantas veces y que ahora te espera sobre la almohada vacía. Lloran por ti las esculturas del Parque de las Esculturas de Pedro de Valdivia, donde fuimos el día antes de tu partida, a correr, a subir al olmo gigante; llora por ti la escultura del ángel sin cabeza que miraste extrañado, llora por ti la librería Ulises, donde estuvimos esa misma tarde y donde hojeaste libros sobre un sillón de cuero. Llora por ti el libro de "Willie, el oso", que te regaló esa tarde Benjamín, el librero, y que no alcancé a leerte.
Llora la escalera de madera de nuestra casa, que bajaste todas las mañanas de tus días. Llora el espejo del baño hacia el cual te empinabas para mirarte, como si fuera extraño tu propio rostro, oh, hermoso, demasiado hermoso para durar aquí, al otro lado del reflejo. Llora la canción "Cangrejito" del grupo Zapallo, que bailaste tantas veces y querías volver a escuchar, pero que se perdió en algun rincón de nuestro bello desorden. Llorará la lluvia en invierno cuando no te encuentre debajo del panel de vidrio, mirándola gota a gota. Lloran los caballos del Club de Polo que siempre venías a espiar. Lloran los cuadros de Santos Guerra que cuelgan de nuestras murallas, y el pueblo de cuento y sus personajes a los que saludábamos como si fueran reales, el hombre del paraguas verde, tus amigos al otro lado del sueño. Llora la playa de Wailandia, donde corrimos mojándonos los pies con las olas, qué fiesta, qué gritos, qué risa. Lloran las gaviotas que pasaban por ahí, llora el restaurant Caleuche, donde fuimos a ver la puesta de sol con Angélica y Laura, llora el rayo verde que nunca se hizo ver. Llora el Estadio Santa Rosa de Las Condes, donde apenas empezabas a ir a clases de fútbol, estadio que desaparecerá, como desaparece todo y todos, porque somos un duelo sin fin. Llora el Parque Forestal donde naciste, llora la calle Ismael Valdés Vergara. Lloran los taxis en los que te gustaba que te llevara en las mañanas a tu jardín. Lloran los tres cojines que tú mismo instalabas obsesivo, hasta que quedaran perfectos (y tu decías "perfecto"), adonde posabas tu cabecita llena de rulos para tomarte tu mamadera. Todos lloran, también tu piscina amada, que te vio, dichoso, nadar, ¡cómo llora desconsolada! Lloran las cosas que tocaste, los lugares donde anduviste, y lloramos nosotros, ya sin lágrimas.
Entonces, ¿por qué ríes, por qué tu cara pura de niño muerto insiste en reír, mientras todos lloran sin consuelo? ¿Por qué ríes, Clemente, amor mío, dolor nuestro?

4 comentarios:

Paz dijo...

Es un dato también que el costo de sacar adelante esta columna es ridículamente alto, y que hubiera sido mejor que la columna no hubiera existido

¿Por qué?

Alfredo Sepúlveda dijo...

Porque si el niño no se muere, la columna no existe. Es mejor que el niño no hubiera muerto. Ese es el costo alto al que me refiero.

Paz dijo...

Ahm .. sí bueno, eso es verdad.

Saludos profe

Anónimo dijo...

Que profundo dolor por la partida de un alma inocente, solo puedo imaginar el pesar de la familia Warnken, y el artículo "Llorar" me conmovío de una muy dolorosa manera, difícil de expresar.

No conocía éste Blog, me parece muy bueno y ya está en mis favoritos.

Saludos desde el corazón de la Araucanía.

Marcos Mateluna E
www.mmateluna.cl.tc