Si las campañas estaban más o menos aburridas, casi indiferenciables unas de otras, con toda la clase política de acuerdo en que el país es desigual y que eso hay que cambiarlo dando “más oportunidades” (ya…), la batalla comunicacional la ha asumido La Moneda, que hace el trabajo sucio con el que su candidata no se puede embarrar (aunque también ella lo ha hecho, un poco).
Suena cerdo, y lo es, pero estas cosas constituyen las campañas chilenas. Desde ese punto de vista, a la Concertación no le quedaba otra. La candidatura Piñera ya ha hecho bastante daño en las filas de la coalición de gobierno. Tal vez el media buzz al principio iba en torno al desastre que Piñera significaba para Lavín, pero el bombazo primero hundió a la candidata que tenía más queso como para aguantar una campaña (Alvear, sí, es una opinión personal, pero siempre me pareció más sólida que Bachelet), y después empezó a fagocitar del descontento –y desconcierto— del lado derecho, y hasta del centro, de la Concertación.
¿Es así? Puede que no, pero esto es el resultado de las encuestas –que están mal hechas (mi amigo-gurú Armen Kouyoumdjian hace ver, entre otras cosas, con toda razón, que las encuestas sólo incluyen teléfonos fijos, lo que deja fuera a gran parte del electorado con celulares de tarjeta, que se ubica en los estratos más bajos de la escala socioeconómica)--: las encuestas crean una realidad paralela y sobre esa realidad es que los actores políticos reaccionan.
Tenemos entonces ahora al gobierno como el brazo armado de la campaña de Bachelet, que se olvida de Lavín y se concentra en atacar a Piñera, sobre la base de su calidad de multimillonario. Estos disparos para complacer a la galería son bastante débiles. Si me preguntan a mí, y si yo fuera el estratega de Bachelet, me hubiera centrado no en la calidad de millonario de Piñera, sino en la manera que gobierna sus empresas y a sus subordinados. Diría que es un hombre que sólo puede trabajar en equipo en la medida que tenga un grupo de eunucos que lo sirvan, y que a los chilenos no nos conviene tener un rey y una corte de chupamedias. El gobierno, si quiere ayudar a su candidata, lo está haciendo mal. Con el señor y la señora simpatía (Eyzaguirre y Luisa Durán) como los rostros visibles… plagio a Héctor Soto: no me ayuden tanto, compadres.
El contraste entre Piñera y Bachelet no está en los millones de uno y en la falta de millones de la otra. Está en la “fantasía” que representan los dos (de nuevo, “fantasía” en términos comunicacionales, recuerden que estos posts son estrictamente comunicacionales). Bachelet representa el ascenso de un nuevo tipo de poder: uno marcado por la horizontalidad, por la participación, por la sensibilidad “femenina” en la toma de decisiones. Menos memorandums dando órdenes y más reuniones para acordar esas decisiones. Más comprensión y menos reacción. Tanto es así que el problema es que la candidata ni siquiera lo parece. Piñera, por otro lado, da la fantasía de un estilo que ya conocimos bien, en alguien que por cierto tenía menos labia y simpatía: Eduardo Frei Ruiz-Tagle. Empresarios, ingenieros los dos, las decisiones se meditaban un rato y se tomaban. Si no te gusta, te ibas.
En ese sentido, el concepto más efectivo anti-Piñera que he visto es un cartel, dibujado a mano, en papel café, que se le ocurrió a alguien de “Juntos Podemos Más”. Era una caricatura, pegada cerca del metro Los Héroes, en la que Piñera te miraba a la cara y te decía: “Vota por mí o te despido”. En estos momentos, la lluvia de primavera que cae sobre Santiago la debe estar deshaciendo.
2 comentarios:
El tema es que Bachelet no puede criticar cómo Piñera maneja sus empresas y sus relaciones con sus trabajadores, porque los empresarios que están detrás de Bachelet y ponen su billetito para la campaña los tratan igual o peor.
Quien crea que los empresarios son todos de derecha es un auténtico pelotudo.
Estando en algunas clases sobre el tema, el problema de las encuestas no es sólo que puedan segmentar al hacerlas por teléfono (lo que deja fuera a quienes no tienen ni para fijo ni para celulares, que son muchos y que votan), sino que en su mayoría (salvo la del CEP) se hacen en la región metropolitana (donde la votación de la Concertación y la izquierda es más alta que en otras regiones), no son probabilísticas (nuevamente, salvo la del CEP), por lo que las muestras no son confiables, y que son todas víctimas de una verdad infalible: el resultado de la encuesta también depende de quién la pague o de quién esté detrás. Benchmark (de propietarios UDI) es el caso emblemático, pero de esto no se salva nadie. Nadie.
Saludos,
Sebastián C.
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